Teresa Ribera, vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, vuelve a Europa como cabeza de lista del PSOE en las elecciones de la Unión Europea (UE) del próximo 9 de junio.
Durante la última legislatura Ribera ha lidiado desde su superministerio con la peor crisis energética que se recuerda, tras la invasión de Rusia a Ucrania, enfocando las políticas climáticas y energéticas hacia el objetivo de la descarbonización de la economía española.
Esta misma semana comparecía en la Comisión de Transición Ecológica del Senado para repasar las claves de su cartera y señalaba que “el binomio energía-industria va a ser central en esta legislatura”.
Ribera describía así la oportunidad que la actual coyuntura energética ofrece al país para consolidar una industria descarbonizada y moderna. “El potencial que ofrecen unas características eléctricas y, en sentido un poco más amplio, incorporando los gases renovables, un mapa energético como el que tenemos, con una expectativa de precios como los que manejamos, nos hace particularmente interesante la modernización del tejido industrial”.
“Son ventajas competitivas que deben poder ser convertidas en más inversión, en más formación, en más y más de empleos de mayor calidad, fortaleciendo la cadena de valor y aprovechando esta posición energética”, añadía.
Las declaraciones de Ribera parecen suponer toda una declaración de principios, en lo que a la transformación industrial en España se refiere, para el resto de la legislatura tanto en España como en Europa, el futuro destino político de la vicepresidenta. Con una política centrada en el avance de la electrificación renovable y con los gases renovables como complemento en aquellos sectores de difícil electrificación. Al tiempo que, como la propia vicepresidenta explicó en el Senado se desarrolla el hidrógeno verde como gas renovable y como vector que hará almacenable y gestionable la electricidad verde.
Sin duda, la estrategia de estado de la ministra Ribera es loable en cuanto a los objetivos, compartidos plenamente por el sector industrial, pero quizás deberíamos plantearnos el ritmo al que hemos de hacerlo, porque acelerar la transición energética de la industria podría llegar lastrar la competitividad y eso sería un fracaso: no es posible llegar a 2050 descarbonizados sin haber pasado antes por 2030”.