30 de abril de 2025
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Cuando un país entero se queda sin electricidad, no solo se detienen las cadenas de montaje: también se instala la duda en el sector industrial
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La transición energética no ocurre en un laboratorio controlado: factores climáticos, geopolíticos y técnicos interactúan de formas impredecibles.
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La electrificación es imparable, pero su éxito dependerá de cómo gestionemos sus sombras.
La semana pasada dedicábamos nuestra reflexión a la incertidumbre como condición estructural del presente. Hablábamos de la necesidad urgente de contar con análisis prospectivos sólidos a medio y largo plazo para que el tejido industrial pueda tomar decisiones informadas hoy, en un entorno que cambia más rápido de lo que permiten los ciclos de inversión o adaptación. Apenas unos días después, esa incertidumbre dejó de ser una abstracción y se hizo tangible: un apagón generalizado afectó a toda la Península Ibérica, sumiendo a hogares, servicios y, de manera crítica, a la industria, en la oscuridad durante horas.
Este evento, más allá de sus implicaciones técnicas, ha encendido un debate urgente: ¿avanzamos hacia una electrificación resiliente y necesaria para la descarbonización, o estamos construyendo una dependencia frágil, una especie de «electrifijación» que nos ata a un sistema vulnerable? Con la desaparición súbita de 15 GW de generación, el colapso del sistema expuso las vulnerabilidades de nuestra red eléctrica y reactivó dudas latentes sobre nuestra preparación para una transición energética centrada casi exclusivamente en el electrón.
Desde el Foro Industria y Energía, sostenemos que la electrificación es un camino irrenunciable, pero su éxito depende de cómo gestionemos sus riesgos, aprendamos de sus fallos y transformemos la incertidumbre en oportunidad. Este apagón no invalida la electrificación, pero sí expone una verdad incómoda: ningún sistema, por innovador que sea, puede descansar sobre una única columna. Los acontecimientos recientes han convertido esta reflexión en una advertencia urgente.
Más allá de lo técnico: la fractura de la confianza
Los efectos de este apagón van más allá de lo técnico. Hay una dimensión psicológica y social que no debe subestimarse. Cuando un país entero se queda sin electricidad, no solo se detienen las cadenas de montaje: también se instala la duda en el sector industrial. Se erosiona la confianza. Y esa desconfianza no solo alcanza a las infraestructuras, sino a la propia narrativa de transición energética. La electrificación puede dejar de ser percibida como una solución limpia e infalible y comienza a verse como una dependencia más, una posible fuente de fragilidad.
Si bien la desconfianza e incertidumbre ya existían previamente, fenómenos a gran escala como el apagón de ayer actúan como amplificadores. Pueden multiplicar la desconfianza, exacerbar el escepticismo y sembrar dudas sobre el proceso de electrificación en su conjunto.
No dejemos que el electrón camine solo
Vivimos en una era de paradojas. Por un lado, la electrificación avanza como solución clave para descarbonizar la industria y cumplir con los objetivos climáticos. Por otro, fenómenos como el apagón revelan que su implementación no está exenta de riesgos. La transición energética no ocurre en un laboratorio controlado: factores climáticos, geopolíticos y técnicos interactúan de formas impredecibles.
Aquí reside la primera lección: la electrificación no puede ser un monolito autosuficiente. Necesita apoyarse en sistemas complementarios, redundancias, almacenamiento, respaldo técnico y planificación que contemple escenarios extremos. En un artículo anterior ya lo advertíamos con una imagen sencilla pero potente: “el electrón no puede caminar solo”. Esta idea, que antes podía sonar teórica, ahora resuena con la fuerza de la experiencia reciente.
No se trata, por tanto, de cuestionar la electrificación como vía. Sería un error renunciar a un proceso necesario. Pero igual de equivocado sería abrazarlo sin sentido crítico, sin atender a sus limitaciones ni prever sus vulnerabilidades. Electrificar no puede ser sinónimo de concentración de riesgos: debe significar diversificación inteligente, capacidad de adaptación y visión sistémica.
El golpe a la industria
El impacto del apagón ha sido especialmente severo en el sector industrial. Medios como El Mundo y El Economista han destacado cómo esta se ha visto obligada a suspender su actividad de forma inmediata por la falta de suministro eléctrico. El impacto de esta interrupción, aunque todavía incuantificable en términos de coste económico, ha sido inmediato y significativo.
Refinerías como Petronor o Repsol activaron protocolos de emergencia ante la interrupción. Plantas de automoción como Ford, Volkswagen, Seat y Stellantis pararon sus líneas de producción, mientras que instalaciones como Alcoa en San Ciprián afrontan procesos de reinicio complejos y costosos. Solo algunas industrias, como las de Mondragón o CAF, lograron sostener la actividad gracias a generadores propios. Pero el mensaje es claro: la industria ha recibido un aviso de las consecuencias de una dependencia excesiva.
Estos casos no son anecdóticos. Reflejan dos vulnerabilidades estructurales. Primero, la mayoría de las industrias carecen de sistemas de respaldo escalables. Segundo, los costes de la interrupción van más allá de la producción perdida: dañan reputaciones, espantan inversiones y erosionan la confianza en la estabilidad del sistema. La industria no puede permitirse ser rehén de fallos eléctricos recurrentes. Necesita soluciones que combinen electrificación con autonomía.
Cisnes grises en nuestro horizonte energético
La teoría del cisne negro, popularizada por Nassim Taleb, describe aquellos eventos altamente improbables, de gran impacto, que una vez ocurridos parecen predecibles en retrospectiva. ¿Fue este apagón un cisne negro? La respuesta es matizada. Si bien la magnitud fue inesperada, las vulnerabilidades del sistema eran conocidas. No se puede decir que fuéramos ciegos ante los riesgos de una electrificación sin paracaídas.
Quizá estemos ante un cisne gris: un evento poco frecuente, pero plausible y, sobre todo, gestionable si se hubieran tomado medidas con antelación. Precisamente por eso necesitamos reforzar los análisis prospectivos. Necesitamos convertir el conocimiento en acción: anticipar escenarios, diversificar soluciones y reforzar la resiliencia del sistema antes de que lo improbable se vuelva inevitable.
Lo relevante ahora no es clasificar el evento, sino cómo transformamos estos «cisnes grises» en oportunidades para fortalecer nuestro sistema. No se trata de abandonar la electrificación, sino de complementarla con soluciones que mitiguen sus vulnerabilidades estructurales.
De la vulnerabilidad a la oportunidad: electrificar con resiliencia
La electrificación no debe ser cuestionada como principio, pero sí como proceso. El apagón ha sido un recordatorio contundente de nuestra interdependencia y vulnerabilidad. La tarea ahora es clara: la industria y el sector energético deben aprender de lo sucedido, reevaluar los riesgos y trabajar con determinación en la construcción de un sistema energético más robusto, diversificado y resiliente. Uno que acompañe al electrón en su camino hacia la descarbonización sin comprometer la certeza del suministro que nuestra economía y sociedad exigen.
Precisamente porque creemos en la electrificación como vector central de la transición energética, debemos ser los primeros en identificar y abordar sus puntos débiles. La electrificación sigue siendo el camino, pero es hora de asegurar que esté bien asfaltado. Lo ocurrido no debe interpretarse como una razón para frenar su avance, sino como un imperativo para reforzarlo. La transformación de nuestro modelo energético es demasiado relevante como para dejarla en manos de la improvisación o de la fe ciega en un único vector. Necesitamos planificación, previsión y, sobre todo, humildad para reconocer que incluso los mejores sistemas pueden fallar.
Desde el Foro Industria y Energía seguiremos apostando por la electrificación como uno de los pilares de la descarbonización, pero con los ojos bien abiertos. Porque la transición energética no puede permitirse cisnes negros. Nuestro reto es transformar las incertidumbres en certezas y los cisnes grises en oportunidades. Para lograrlo, hacen falta análisis prospectivos rigurosos, no como ejercicios académicos, sino como herramientas reales de decisión. La electrificación es imparable, sí, pero su éxito dependerá de cómo gestionemos sus sombras.