• La soberanía industrial europea enfrenta su mayor desafío en décadas ante un panorama global marcado por tensiones geopolíticas, competencia geoeconómica y transición energética. Europa debe decidir entre reinventar su modelo productivo o arriesgarse a un declive tecnológico y competitivo.

  • Este análisis identifica cinco vectores críticos que condicionan el futuro industrial del continente: la brecha entre innovación y mercado, la dependencia energética, la escasez de materiales críticos, la obsolescencia infraestructural y las limitaciones institucionales de gobernanza económica. La resolución de estos desafíos determinará la viabilidad del proyecto industrial europeo.

5 de diciembre de 2025

La posición industrial de Europa se encuentra en un momento de redefinición estructural. Tras décadas en las que el modelo europeo, que se sustentó en una combinación y equilibrio entre liderazgo en sectores de alta tecnología basada en el conocimiento científico, alta cualificación laboral, Estados con normas sociales robustas, integración regulatoria en el mundo global, ha cambiado de forma abrupta en un nuevo contexto geopolítico.

El aumento de la demanda energética de países asiáticos, africanos y de Latinoamérica junto a la guerra en Ucrania y la crisis en Oriente Medio aceleró la recomposición de las cadenas energéticas y comerciales. La creciente competencia geoeconómica entre Estados Unidos y China, la aparición de nuevos países, especialmente asiáticos, como potencias productoras y las limitaciones en la disponibilidad de recursos han impulsado políticas industriales de carácter proteccionista y fiscalmente agresivas.

En este contexto, la UE ha reconocido que su enfoque tradicional – basado en el conocimiento, la apertura y libertad comercial, la globalización, la regulación ambiental y la cohesión social- no es una palanca suficientemente fuerte para mantener su autonomía tecnológica, su competitividad productiva y su posición en los mercados.

Recientes diagnósticos encargados por la Comisión Europea a Enrico Letta y Mario Draghi, han contribuido a delinear con mayor precisión los nudos críticos del modelo actual. Ambos informes, aunque con énfasis distintos, coinciden en la necesidad de superar la fragmentación del mercado interior, la lentitud de la toma de decisiones, especialmente las estratégicas, y la ausencia de una capacidad fiscal común capaz de competir con el Inflation Reduction Act estadounidense (que moviliza 369.000 millones de dólares) o los subsidios industriales chinos.

Este artículo intenta explorar los determinantes estructurales que condicionan la reorganización industrial europea hacia 2035.

1. Productividad y la brecha entre innovación y mercado

Europa mantiene un nivel elevado de producción científica y tecnológica, reflejado en su contribución a revistas de alto impacto, su liderazgo en patentes, y la calidad de sus programas de investigación, como Horizonte Europa (con un presupuesto de 95.500 millones de euros para 2021-2027) enfocado a fortalecer la competitividad de la industria europea y la propia creación del EIT European Institute of Technology para llevar la innovación desde el laboratorio al mercado.

Sin embargo, la conversión de este conocimiento en productividad económica ha estado afectada intensamente por la globalización de la economía de manera que la cadena desde la generación de conocimiento al producto en el mercado ha sido estructuralmente y de forma persistente deficiente. Los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) muestran que el crecimiento de la productividad total de los factores en la Unión Europea ha sido sistemáticamente inferior al observado en Estados Unidos desde principios de la década de 2000, especialmente en sectores intensivos en tecnología.

Esta brecha no responde a una carencia de talento o inversión en I+D+ i, sino a factores estructurales de falta de armonización entre la planificación interna de los países y la estrategia participación en el mercado global.

En primer lugar, el tejido empresarial europeo está dominado por micro, pequeñas y medianas empresas, que representan más del 99% de todas las empresas de la UE y aportan alrededor del 55% del valor añadido. No obstante, su capacidad de absorción tecnológica es limitada por restricciones financieras, por factores de escala y especialmente por costes.

En segundo lugar, la regulación europea aunque ambiciosa en términos ambientales y sociales, a menudo carece de armonización transnacional, lo que impide la escalabilidad de soluciones industriales en todo el mercado interior. La regulación es frecuentemente limitadora de actuaciones y no ofrece compensaciones ni promueve objetivos como en EE.UU, por ejemplo. Finalmente, los plazos administrativos para la aprobación de proyectos – tanto industriales como energéticos – son significativamente más largos que en otros bloques económicos, lo que dificulta e incluso desincentiva la inversión privada a largo plazo. La consecuencia es un modelo de innovación que brilla en los laboratorios, pero se apaga en las fábricas y empresas.

En tercer lugar, a diferencia del bloque económico norteamericano o asiático, el bloque europeo tiene una estructura de toma de decisiones ralentizado por los órganos políticos de los países miembros y una enorme dificultad en definir las actuaciones y aplicaciones para ejecutar los puntos descritos en sus documentos consensuados agravando el salto entre los poderes legislativos y ejecutivos.

2. Energía como determinante estructural de la competitividad

La disponibilidad de energía abundante y barata es crítica para garantizar la competitividad. El shock energético derivado de la situación del mercado mundial energético debido al  propio crecimiento de la demanda junto al corte de suministros rusos en 2022 no solo expuso la dependencia europea de fuentes externas, sino que ha dado pie a un mayor coste de la energía y a un agravamiento de la soberanía europea sobre el tema energético.

Aunque los precios mayoristas del gas y la electricidad han descendido desde sus máximos históricos, los niveles promedio en la Unión Europea siguen siendo sistemáticamente superiores a los de Estados Unidos -gracias a su acceso a gas no convencional- y a los de China -donde la matriz energética sigue siendo altamente dependiente del carbón a pesar de su continuado esfuerzo en el uso e incremento de fuentes renovables. De hecho, el precio de la electricidad para la industria en la UE es, de media, más del doble que en Estados Unidos.

Este diferencial afecta de forma asimétrica a sectores electrointensivos o los sectores que deben electrificarse o los sectores que deben descarbonizarse como la metalurgia, la siderúrgica, los semiconductores, la petroquímica, el cementero, los fertilizantes, el papel, la cerámica, la producción de materiales avanzados o materiales para la construcción. En un entorno de competencia global dentro de un mercado donde los márgenes son ajustados y las decisiones de localización industriales responden a criterios de coste y proximidad de recursos, Europa ha perdido atractivo.

A pesar de la ambición legislativa en el Pacto Verde y en la Estrategia de Descarbonización Industrial, la evolución es, en general, mucho menos efectiva. El despliegue de fuentes renovables avanza con lentitud. Los cuellos de botella administrativos, la falta de planificación a escala paneuropea, la falta de capacidad de las redes eléctricas, las limitaciones en las interconexiones eléctricas y la ausencia de infraestructuras de almacenamiento a gran escala impiden que la transición energética se convierta en un vector de competitividad. Como señaló el informe Draghi, la política energética europea necesita dejar de ser un agregado de decisiones nacionales y convertirse en una infraestructura común del proyecto europeo.

3. Recursos, materiales críticos, cadenas de valor y competitividad

La producción industrial está directamente ligada a la disponibilidad de los recursos naturales. Estos, en general, son cada vez más escasos y la lista de materiales críticas ha ido aumentando en las últimas décadas especialmente por la demanda originada por la transición energética, la digitalización industrial y las demandas vinculadas a la descarbonización. Sectores estratégicos como la movilidad eléctrica, el almacenamiento estacionario de energía, la electrónica de potencia, las redes eléctricas, las fuentes de producción de energía renovable, la producción de catalizadores y sus reactores para la reducción y conversión del CO2, la producción de hidrógeno verde dependen de un número de metales y minerales -litio, cobalto, níquel, tierras raras, grafito, plata, rutenio, platino- cuya extracción, refinado y procesamiento están altamente concentrados geográficamente.

Europa carece de reservas significativas y en base a una economía globalizada ha externalizado muchos procesos en otros países o con más recursos y/o mano de obra menos cara. Además, tiene una presencia marginal en las fases intermedias de las cadenas de valor y depende casi exclusivamente de proveedores externos, principalmente de China, que domina, por ejemplo, más del 60% del procesamiento global de tierras raras y más del 80% del de baterías. El Reglamento sobre Materias Primas Críticas (Critical Raw Materials Act), adoptado en 2024, representa un paso
importante hacia la mitigación de esta vulnerabilidad, al establecer objetivos cuantitativos para la producción, el procesamiento y el reciclaje en el territorio europeo. Al respecto, como dato se estima que la demanda de litio en la UE para 2030 será 18 veces superior a la de 2020, principalmente impulsada por la movilidad eléctrica.

No obstante, la ejecución de este acuerdo se ve obstaculizada por la fragmentación entre Estados miembros, la resistencia local a proyectos mineros y la escasez de inversiones en tecnología de refinado debido a un programa claro de ayudas para obtener estos objetivos estratégicos. El reciclaje, aunque muy prometedor sobre el papel, no puede compensar en el corto plazo la ausencia de capacidades de extracción y procesamiento puesto que también precisa su tiempo de implementación y recibir ayudas. Sin acceso garantizado a materiales críticos, la reindustrialización europea corre el riesgo de quedar limitada a proclamas políticas sin sustento material.

4. Infraestructuras: el nuevo cuello de botella

Históricamente, el debate sobre la política industrial europea ha girado en torno a la financiación y la regulación, relegando el papel de las infraestructuras. Sin embargo, la economía del siglo XXI exige un sistema integrado de redes eléctricas capaces de gestionar altos niveles de generación renovable, interconexiones transfronterizas fluidas, sistemas de almacenamiento distribuidos, corredores logísticos resilientes y centros de datos de última generación alimentados con energía limpia. Europa, en cambio, opera mayoritariamente con una infraestructura heredada del siglo XX, diseñada para un modelo centralizado en cada país, con baja penetración de renovables y demanda digital limitada.

La computación intensiva, impulsada por la inteligencia artificial generativa, las ciencias de la vida, la simulación industrial o la logística inteligente, exigirá un crecimiento exponencial de la capacidad digital, lo que a su vez incrementará la demanda energética. La electrificación de la economía reemplazando el uso de fuentes fósiles incrementa también la demanda energética

La descarbonización en las industrias con procesos de difícil abatimiento de las emisiones de CO2 necesita también del subministro de ingentes cantidades de energía para la captura y para la reconversión del CO2 en productos. Nuevamente la demanda de energía se ve incrementada. Por ejemplo, se prevé que el consumo eléctrico de los centros de datos en la UE aumente un 28% de aquí a 2030.

Sin una modernización acelerada de las redes eléctricas y sin una planificación coordinada a nivel europeo con su hoja de ruta detallada en objetivos, la soberanía tecnológica seguirá siendo un mero objetivo retórico. La infraestructura, en este sentido, no es un soporte pasivo, sino un factor activo para alcanzar la competitividad y autonomía.

5. Gobernanza económica europea: instrumentos, límites y necesidad de

El quinto y quizás más determinante vector es el institucional. La política de ayudas para la competitividad de la industria europea se articula a través de una multiplicidad de instrumentos —IPCEI, InvestEU, Horizonte Europa, Innovation Fund, Global Gateway, EIT,— que, aunque bien diseñados en su lógica sectorial, operan en un entorno de fragmentación normativa y asimetría fiscal. Los sistemas nacionales de ayudas estatales generan distorsiones competitivas entre Estados miembros, dificultando la creación de campeones industriales europeos y favoreciendo la competencia interna sobre la cooperación estratégica. Solo Alemania y Francia concentraron alrededor del 77% de las ayudas estatales notificadas en la UE en 2022, acentuando las asimetrías.

El informe Letta subraya que la fragmentación normativa reduce efectivamente la escala del mercado interior, especialmente en sectores sensibles como la energía, la movilidad o las tecnologías limpias. Por su parte, Draghi insiste en que la Unión carece de una verdadera capacidad fiscal común que le permita reaccionar con agilidad ante inversiones industriales estratégicas. Esta situación evoca la advertencia de Karl Polanyi sobre cómo «la desregulación de los mercados suele ir seguida de períodos de profunda transformación social e institucional en los que la sociedad se protege a sí misma», un proceso que Europa debe gestionar de forma colectiva.

La gobernanza actual -caracterizada por procesos lentos, superposición de competencias y débil coordinación entre niveles- es incompatible con la velocidad de transformación que exigen las transiciones energética y digital. Sin una reforma profunda de la arquitectura institucional, que incluya mecanismos de decisión acelerados, de ejecución efectiva, financiación común y armonización regulatoria, cualquier esfuerzo de reindustrialización se verá constantemente erosionado por la inercia burocrática y la divergencia nacional.

Hacia un nuevo paradigma industrial europeo

Los cinco vectores analizados no constituyen un catálogo de debilidades, sino los condicionantes estructurales que cualquier estrategia de reindustrialización realista debe enfrentar. El desafío europeo no radica en recuperar la manufactura del pasado, sino en diseñar un sistema legislativo y ejecutivo capaz de desarrollar una economía que pueda absorber tecnologías emergentes, producir energía competitiva, asegurar el acceso a recursos y materiales críticos y ejecutar decisiones a escala continental con varias líneas de acciones convergentes.

En primer lugar, la ejecución de un marco energético europeo integrado, con planificación común, interconexiones y capacidades reforzadas y sistemas de almacenamiento que permitan que la electricidad renovable se convierta en un vector competitivo para la industria. Sería muy importante avanzar hacia una Autoridad Energética Europea con capacidad ejecutiva, que cuente con un fondo propio, con precios industriales estabilizados mediante contratos a largo plazo y que cuente con corredores energéticos transfronterizos con objetivos vinculantes regionales

En segundo lugar, el desarrollo de una política industrial focalizada en sectores con alto efecto multiplicador, combinando instrumentos financieros, contratos públicos innovadores y centralizados, instrumentos de impulso a la concertación público privada y apoyo a la I+D+i. Estas acciones deberían ser desarrollo de una complementadas Red Eléctrica Inteligente paneuropea, Centros de Datos Sostenibles con energía 100% renovable, y corredores logísticos digitales integrados.

En tercer lugar, la simplificación regulatoria mediante ventanillas únicas europeas y plazos máximos de aprobación, así como normas únicas paneuropeas, que sustituyan la incertidumbre por previsibilidad. A ello deben sumarse la actualización del capital humano mediante formación técnica especializada y la creación de instituciones de gobernanza público-privada capaces de coordinar inversiones y acelerar la toma de decisiones. Como ya vislumbró Jacques Delors, «Europa avanza a través de sus proyectos». La reindustrialización debe ser el próximo gran proyecto movilizador.

Conclusión

Europa dispone de los recursos humanos, científicos, tecnológicos y financieros necesarios para redefinir su posición industrial en el siglo XXI. Sin embargo, su capacidad para hacerlo depende menos de la disponibilidad de medios y más de la arquitectura institucional mediante la cual se ejecutan las decisiones. La convergencia de los diagnósticos de Letta y Draghi apunta a una disyuntiva clara: o la Unión Europea logra articular una reorganización industrial coherente, acelerada y a escala continental, o se verá condenada a consolidar un modelo económico basado en servicios, turismo y una dependencia tecnológica que limitará su autonomía estratégica durante décadas. En un mundo marcado por la rivalidad geoeconómica y la interdependencia selectiva, la reindustrialización es, primero, una cuestión de soberanía. Y después, es un objetivo económico.

 

Héctor Santcovsky es sociólogo y exprofesor asociado de la Universitat de Barcelona.

Joan Ramon Morante es catedrático emérito de Física de la Universitat de Barcelona