Nuria González Rabanal, directora de la Cátedra de Seguridad y Defensa de la Universidad de León. Miembro del Foro Industria y Energía

Es curioso darse cuenta de que la energía, siendo como es un engranaje económico vital para la economía, sea continuamente obviada de los debates políticos y económicos a diario y en especial se omita intencionadamente su debate, cuando somos los ciudadanos quienes debemos elegir a los que luego nos gobiernen energéticamente.

Debe de ser porque está más que admitido que asomarse a la complejidad de este sector supone para el mundo político (sin distinción de ideología) un verdadero quebradero de cabeza que, ante situaciones como la actual, manifiesta su nivel de desconocimiento sobre el entorno energético e incompetencia política y económica ante una ciudadanía sorprendida cuando una mañana se despierta teniendo que entender súbitamente por qué una guerra en Ucrania acaba por encarecer su cesta de la compra, le hace más pobre y amenaza su bienestar.

Desde hace años, algunos venimos indicando que el asunto energético es un elemento crucial en el futuro bienestar de los Estados y las naciones, así como de su independencia económica. La energía condiciona la capacidad de crecimiento del PIB, compromete la producción de las empresas a través de sus costes, amenaza la competitividad internacional al medirse nuestros productos con los de economías con energías más abundantes y baratas, y está detrás de estrategias geopolíticas y geoeconómicas sin que podamos hacer nada. Apenas conseguimos que los gobernantes y gestores públicos europeos balbuceen unas palabras elegidas cuidadosamente para no ofender y condenar en medios genocidios y abusos de unos socios energéticos nada fiables en lo que a democracia, estabilidad y garantía de derechos humanos se refiere.

Rusia siempre ha usado su “arma energética” contra Europa. El gas ruso entra —entre otros— en París y Berlín, las capitales de los Estados miembros que lideran la UE y marcan el compás al que seguir las notas del pentagrama al resto de los países comunitarios. El gas ruso —con la connivencia de la Unión Europea y sus políticas a veces de “pinta y colorea”— se ha convertido en la fuente esencial de abastecimiento para millones de hogares e industrias europeas sin más alternativa que la promesa de un futuro sin emisiones que nunca acaba de llegar y sobre el que llevamos décadas hablando y hablando sin que se vea nada tangible que solucione el problema de dependencia y suficiencia energéticas.

Mientras los ciudadanos parece que nos encandilamos con los cantos de sirena hipnotizantes de los discursos centrados en palabras como la economía verde, sostenible y circular con baja huella de carbono, en una promesa del nirvana de la vida perfecta en un oasis de energías renovables infinitas y baratas, Rusia va camino de convertir nuestro día a día en un desierto energético.

Este desierto supone menos suministro, mayores costes de producción, mayores precios, menor consumo y mayor inflación, sin posibilidad de que el incremento de precios a corto plazo implique una indización salarial y de las pensiones, haciendo que la nube de la estanflación, lejos de ser un sueño, puede que se haga realidad, convirtiendo la salida de la pandemia en la entrada de una nueva crisis económica de consecuencias aún más dramáticas y, sobre todo, más estructural que coyuntural.

La falta de perspectiva sobre los asuntos energéticos convierte, además, a la UE, y por ende a España, en esclavas de nuevos señores, porque lo que no vende Rusia nos lo vende Argelia o Estados Unidos (quien se muestra como nuestro salvador ante los pingües beneficios de ser benefactor con su gas licuado) con mayores precios ante una escasez de oferta energética. Esto nos convierte además en consumidores de una China que lo produce todo, a quien hemos confiado las joyas productivas de muchas economías por la ambición imparable de un capitalismo agresivo. China comprará a menor precio el gas a Rusia para que este esquive el daño económico infligido por el duro aislamiento de occidente derivado de fuertes sanciones como la de impedir que Rusia participe en el festival de Eurovisión.

Mientras nosotros nos manifestamos contra la OTAN, pedimos la paz, apelamos a la conciencia y respeto y lanzamos amenazas con la Champions League y las no invitaciones a cumbres de “gamba y canapé”, Rusia lanza ofensivas militares. Invadiendo países en una clara demostración de poderío militar advirtiendo a Europa que tiene poder, que quiere ejercerlo y que no se amedrenta ante nada ni nadie.

Para blanquear nuestras conciencias, hay quien dice que España no padecerá las consecuencias del tsunami energético que se empieza a formar. Como si ese blanqueo informativo mortecino que vemos, leemos y escuchamos diariamente nos hiciese inmune a sus efectos tan solo porque a nosotros nos viene por otro lado de un socio tan “democrático y fiable” como Argelia. Todo un consuelo.