• Podría pensarse que una cumbre sin grandes acuerdos es neutral. Error. Esta COP ha sido netamente negativa porque genera ruido, deslegitima el proceso multilateral y justifica la inacción.

  • La transición energética está ocurriendo en las plantas, en los polígonos y en los consejos de administración, a menudo a pesar de las cumbres, y no gracias a ellas: la industria sigue siendo el gigante invisible para los negociadores climáticos.

  • Nos llevamos de Brasil un mal sabor de boca y una lección de pragmatismo forzoso. La industria debe seguir buscando su propio camino hacia la competitividad y la sostenibilidad, asumiendo que, por ahora, las coordenadas internacionales seguirán borrosas.

  • Pretender que existen decisiones claras cuando en realidad solo hay vaguedades es, en términos de mercado, mucho más nocivo que el silencio.

  • Los países que realmente quieren avanzar han decidido hacerlo por su cuenta.

28 de noviembre de 2025

La COP30 de Belém ha cerrado sus puertas dejando tras de sí un rastro de humedad amazónica y una sequía absoluta de certezas. Lo que debía ser una hoja de ruta clara para la gestión energética de la industria se ha convertido en una peligrosa cura de realismo.

La semana pasada se apagaron los focos en Brasil. La conferencia que el presidente Lula da Silva bautizó ambiciosamente como la «COP de la Verdad», prometía ser el escenario donde la retórica diplomática finalmente tocaría tierra. Sin embargo, al disiparse el humo, tanto el metafórico de los discursos como el literal del incendio que evacuó las instalaciones, el sector industrial se encuentra ante un paisaje desolador.

No es solo decepción; es la confirmación de una sospecha que venimos arrastrando: en el complejo tablero de la transición, la industria sigue siendo el gigante invisible para los negociadores climáticos.

La insoportable levedad de los acuerdos

Si algo ha caracterizado a esta COP30 ha sido la escenificación de una urgencia que no se ha traducido en mecanismos. Pese al simbolismo de celebrar la cumbre en el corazón de la Amazonía, las expectativas ya llegaban hundidas: según Ipsos, el 49% de la opinión pública mundial creía antes de la COP30 que sería “meramente simbólica”, sin cambios reales, mientras que solo un 34% confiaba en que generaría resultados concretos en la lucha climática. La sensación mayoritaria: una reunión para cumplir con el expediente, con más discursos que soluciones.

Para el Foro Industria y Energía, la gravedad no reside en la falta de acuerdos grandilocuentes, sino en la incertidumbre táctica que esto genera. La industria no opera con deseos, opera con inversiones a diez, quince o veinte años. Pretender que existen decisiones claras cuando en realidad solo hay vaguedades es, en términos de mercado, mucho más nocivo que el silencio.

La COP ha generado unas expectativas de referencia regulatoria que, al no cumplirse, se transforman automáticamente en parálisis. ¿Cómo puede un director industrial aprobar un CAPEX millonario para descarbonización si el marco global es un castillo de naipes?

Una desconexión que viene de lejos

Esta sensación de vacío no es nueva, pero sí es acumulativa. Ya advertimos de esta tendencia tras la cumbre de Bakú. En su día, para la COP29 decíamos: «La COP29 deja una sensación de vacío. Como ya lamentamos tras las conclusiones de la COP28, la falta de una hoja de ruta específica para la industria refleja una desconexión preocupante».

Un año después, la desconexión se ha tornado en abismo. La cumbre ha oscilado entre el idealismo inalcanzable y la burocracia paralizante, olvidando la ingeniería financiera y técnica necesaria para la transición real.

Los parches bilaterales como evidencia del fracaso

España se ha adherido a la Declaración de Belém sobre Industrialización Verde Global, una iniciativa que reúne a 35 países y organizaciones comprometidas con la descarbonización de la industria pesada. En apariencia, es una buena noticia. En el fondo, es la confirmación de que el mecanismo multilateral universal no está funcionando como debería.

Cuando se necesitan crear «clubes» paralelos de países dispuestos a avanzar, es porque el mecanismo principal no funciona. La Declaración de Belém, es, en este sentido, un parche bilateral que evidencia la incapacidad del proceso COP para generar marcos globales coherentes y vinculantes.

Estas declaraciones tienen buenas intenciones: movilizar financiación, compartir tecnología, promover la cooperación. Pero operan al margen de la COP, no gracias a ella. Son el reconocimiento implícito de que esperar consensos universales en Belém, Bakú o donde sea resulta insuficiente para la velocidad que demanda la transición. Los países que realmente quieren avanzar han decidido hacerlo por su cuenta.

La peligrosa ilusión de la neutralidad

Cuando analizamos el impacto de un evento, podemos hacerlo en tres niveles: positivo, neutral o negativo. Podría pensarse que una cumbre sin grandes acuerdos es neutral. Error. Esta COP ha sido netamente negativa porque genera ruido al crear falsas expectativas en los mercados de energía, deslegitima el proceso multilateral erosionando la confianza institucional y, lo más peligroso, justifica la inacción convirtiéndose en la excusa perfecta para quienes rechazan la transición: «Si los líderes mundiales no se ponen de acuerdo, ¿por qué debería mi empresa arriesgar su rentabilidad?»

La cumbre, que debería actuar como catalizador, está actuando como freno. Si la diplomacia climática se convierte en obstáculo para las decisiones empresariales, quizás sea mejor no reunirse hasta tener algo tangible que firmar.

Entre humo y certezas: la industria confirma que va sola

El incendio que evacuó las instalaciones de la COP en su penúltimo día, sin precedentes en la historia de estas cumbres, resultó ser una metáfora perfecta. Mientras las estructuras ardían, los delegados seguían sin ponerse de acuerdo en lo fundamental. Lula quería una «COP de la Verdad», y paradójicamente, la hemos tenido. La verdad es que la gestión energética de la industria no puede esperar a que se alineen los astros en una sala de conferencias.

La industria es uno de los actores más implicados en la transición energética, siendo la gestión energética de la industria la clave de bóveda de su competitividad en este proceso. Sin embargo, los acuerdos internacionales vuelven a ignorarla. Esta exclusión genera una profunda confusión y desorientación en un momento en el que las empresas necesitan coordenadas definidas para avanzar e invertir.

La transición energética está ocurriendo en las plantas, en los polígonos y en los consejos de administración, a menudo a pesar de las cumbres, y no gracias a ellas.

Un marco perdido y una cura de realismo

La Conferencia de las Partes, concebida con una buena intención inicial, se ha erigido en un evento de referencia que genera expectativas inmensas para el sector industrial. Pero esta COP30 se recordará por haber sido una cura de realismo total y absoluta.

La cura de realismo que ha supuesto la COP30 debería ser el primer paso para exigir coherencia y valentía en la gestión energética, tanto en los textos internacionales como en las políticas nacionales.

Nos llevamos de Belém un mal sabor de boca y una lección de pragmatismo forzoso. La industria debe seguir buscando su propio camino hacia la competitividad y la sostenibilidad, asumiendo que, por ahora, las coordenadas internacionales seguirán borrosas.

Puede que la COP no haya encendido la chispa del cambio, pero sí nos recuerda, sin anestesia, que el tiempo perdido en negociaciones estériles es tiempo robado a la transición, a la competitividad y a millones de vidas que dependen de decisiones reales. El incendio de la urgencia climática sigue activo, pero lamentablemente, los bomberos siguen discutiendo sobre qué manguera utilizar y la COP ha actuado más como espectadores que como apagafuegos.