Albert Concepción. Director del Foro Industria y Energía

Visc en un poble petit,

en un país petit

i, tanmateix, vull que quedi ben clar

que aixó que escric ho escric per a tothom”

 

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Como decía Miquel Martí i Pol, vivimos en un país pequeño en el que, sin embargo, queremos que quede bien claro que lo que escribimos, lo escribimos para todo el mundo. Estas palabras guardan en su seno un baño de realidad que no podemos obviar y que, de algún modo, va a influir en el futuro de nuestra gestión energética e industrial.

Ser un país pequeño nunca nos ha impedido ser una potencia industrial. Pero las cosas cambian y nos encaminamos hacia un entorno global en el que la gestión de la energía va a ser clave para poder mantener ese estatus ganado a pulso durante tanto tiempo.

La gestión energética, y en especial la de la industria, también tiene sus obligaciones y servidumbres. Sobre todo, en el proceso actual de transición energética: es solo cuestión de tiempo que llegue un día en el que o producimos nuestra propia energía renovable o tendremos que comprarla, como hemos estado haciendo con los combustibles fósiles. Nadie duda de que la gestión de la energía es clave para poder mantener la competitividad, una cuestión que se ha convertido en el centro de los objetivos europeos y que se ha consolidado con los recientes nombramientos de Teresa Ribera y Sthefane Séjourné como comisarios europeos.

La competitividad de la industria catalana depende en buena parte de cómo se gestione esa energía, lo que traducido a la realidad supone unas necesidades territoriales para desplegar parques fotovoltaicos o eólicos, instalaciones de biogás o proyectos de energía hidráulica. Y si de algo andamos escasos es de espacio. En lo que respecta a disponibilidad de territorio, no somos Aragón o Castilla-La Mancha y, ni mucho menos, California, donde han logrado cubrir durante 46 días el cien por cien de su demanda de energía eléctrica sólo con energía eólica, hídrica y solar, tal como explicaba el profesor de Stanford, Mark Jacobson.

Inevitablemente, la transición energética está emparejada con unos requerimientos de territorio, ya sea propio o “prestado”, del mismo modo que lo está el suministro de alimentos. Las áreas metropolitanas dependen de los cultivos que les llegan de fuera para alimentar a sus ciudadanos. Y el caso de la energía es muy similar. Según Valclav Smil, la energía fotovoltaica necesita 80 hectáreas para producir la misma cantidad de energía para la que los combustibles fósiles necesitaban una. Una hectárea que, dicho sea de paso, estaba ubicada en el Mar del Norte o el Golfo Pérsico y no precisamente en un chaflán de L’Eixample.

¿Quiere eso decir que hay que renunciar a esta transición? Por supuesto que no. Pero es inevitable tomar conciencia de las dificultades y reconocer el desequilibrio de Catalunya, donde confluye una población cercana a los 8 millones de personas con un territorio relativamente pequeño de poco más de 32.000 km2. Según los datos de Carles Riba Romeva, tan solo para abastecer las necesidades del área metropolitana de Barcelona se necesitaría destinar a captación de energía renovable un 5 % de la superficie de Catalunya, lo que es mucho más de lo que parece, ya que supone 320 m2 por persona y ocuparía la totalidad de las comarcas del Valles Oriental, el Vallés Occidental y el Baix Llobregat.

Afortunadamente, parece que el Ejecutivo de Salvador Illa está dispuesto a ponerse manos a la obra:  durante el mes de septiembre de este año se ha autorizado la construcción de 237 MW de fotovoltaica y eólica, cuando en todo el año pasado la potencia renovable que se instaló en Catalunya fue solo de 37,7 MW. Además, la consejera de Medio Ambiente, Silvia Paneque, ya ha anunciado acciones concretas, como las de acelerar la tramitación de los proyectos o potenciar el biogás.

Sin embargo, estas declaraciones de intenciones parecen obviar un tema que va a ser fundamental: la mejora de las redes de transporte de energía. Es urgente hacer una reflexión no solo sobre cómo vamos a producir nuestra energía, sino también de dónde y cómo va a llegar a la industria de Catalunya.

En el pasado Foro Industria y Energía, los expresidentes de la Generalitat, Artur Mas y José Montilla, coincidían en que las cosas no se habían hecho del todo bien en los últimos años en el ámbito de la gestión energética. Ojalá el actual President no se vea obligado a decir lo mismo dentro de unos años. Ser un país pequeño no debe impedirnos continuar teniendo una industria grande y competitiva en este nuevo marco que crea la transición energética. Una industria que, como Martí Pol, “escriba para todo el mundo”.