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Como en los aviones de Wald, no debemos reforzar lo obvio, sino lo crítico.
16 de mayo de 2025
Hoy celebramos el Día Internacional de la Luz, pero la efeméride llega marcada por el sonado apagón del 28 de abril. Este corte fue un recordatorio potente de nuestras vulnerabilidades y reabrió un debate crucial que ya planteamos en su día: ¿estamos avanzando hacia una electrificación resiliente y necesaria para la descarbonización, o construyendo una dependencia frágil, una especie de “electrifijación” que nos ata a un sistema vulnerable?
Hoy, en plena celebración de la luz, esta pregunta sigue más vigente que nunca.
El avión de Wald y el dedo acusador: ¿estamos señalando las vulnerabilidades correctas?
Tras el apagón, como era de esperar, algunas miradas se volvieron, casi por reflejo condicionado, hacia las energías renovables. Se cuestionó su fiabilidad, su intermitencia, la dificultad de su gestión…argumentos que se repiten como mantras cada vez que algo falla en el sistema. Se ha desatado una caza de vulnerabilidades que, si bien puede tener puntos válidos, corre el riesgo de desenfocarnos del verdadero objetivo.
Aquí es donde conviene hacer un ejercicio mental. Y para ello, recuperamos una de las lecciones más brillantes del pensamiento crítico: la historia de Abraham Wald durante la Segunda Guerra Mundial y el sesgo del superviviente.
Wald era un estadístico que trabajaba para el Ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, analizando los aviones que regresaban de las misiones con impactos de bala y decidir qué partes reforzar. La lógica inicial era blindar las zonas dañadas (alas, fuselaje), pero Wald señaló un error clave: solo estaban viendo los aviones que sí habían sobrevivido a esos impactos. Los que no volvían, probablemente habían sido alcanzados en puntos críticos que, al ser impactados, resultaban fatales, como los motores o la cabina del piloto, zonas que precisamente no mostraban daños en los aviones supervivientes. La conclusión de Wald fue que había que reforzar las partes que no aparecían dañadas en los que regresaban, porque eran esas las que, al ser impactadas, provocaban la caída. El sesgo del superviviente radica en enfocarnos únicamente en lo visible y, al hacerlo, ignorar los verdaderos puntos críticos.
Apliquemos ahora este enfoque a nuestro sistema energético. Después del apagón, la atención se centró en lo que parecía más evidente: los puntos débiles de las renovables. Pero ¿y si estuviéramos repitiendo el error que Wald ayudó a evitar, reforzando las alas del avión cuando eran los «motores» los que necesitan el blindaje?
Ser hoy Wald significa preguntarnos si estamos reforzando el sistema energético en los puntos que realmente importan para su resiliencia y autonomía. La pregunta clave es si estamos reforzando las estructuras críticas del sistema o simplemente señalando lo que está en primer plano, los «supervivientes» de los impactos.
La pregunta no es si las renovables son vulnerables, ya que, de algún modo, todas las tecnologías lo son, sino si estamos reforzando las verdaderas estructuras críticas del sistema. Entonces, ¿cuáles podrían ser esos «motores» o «cabinas de piloto» de nuestro sistema energético que necesitan un blindaje prioritario?
- Infraestructura de red inteligente y resiliente: no se trata solo de generar energía limpia, sino de transportarla y distribuirla eficientemente. Necesitamos redes modernizadas, digitalizadas (smart grids), capaces de gestionar flujos bidireccionales, anticipar problemas y aislar fallos con agilidad.
- Almacenamiento energético a gran escala y diversificado: el almacenamiento es el socio indispensable de las renovables variables.
- Optimización de las interconexiones: como vimos, no son una debilidad, sino una aliada en la estabilidad. Pero deben ser robustas, bien dimensionadas y gestionadas con una visión europea coordinada, no como un último recurso.
- Gobernanza adaptativa: la inversión en infraestructuras críticas y tecnologías innovadoras requiere señales claras, seguridad jurídica y mecanismos que incentiven la resiliencia y la innovación, no solo el kilovatio-hora más barato a corto plazo. Es decir, necesitamos que los marcos regulatorios evolucionen al ritmo de las tecnologías.
- Capacidades industriales y tecnológicas propias: fomentar una cadena de valor europea en tecnologías clave para la transición es fundamental para una autonomía estratégica real y para nuestra competitividad.
- Redundancia inteligente: un sistema resiliente no es aquel que nunca falla, sino el que puede recuperarse rápidamente de los fallos. Necesitamos redundancia en los sistemas críticos y capacidad de reorganización.
Enfocarnos solo en criticar la intermitencia de una fuente renovable sería como parchear el ala del avión de Wald. Necesitamos una visión integral. Reforzar estos elementos estructurales es lo que nos permitirá construir una autonomía estratégica real y robusta, impulsar nuestra competitividad industrial y, crucialmente, no desviarnos de nuestro compromiso ineludible con la descarbonización y la transición energética.
Las sombras también nos enseñan: no solo reforzar lo obvio, sino lo crítico
El Día Internacional de la Luz nos invita a reflexionar sobre cómo iluminamos nuestro futuro energético. El reciente apagón, más que paralizarnos, debe ser un catalizador para un debate más profundo y honesto sobre la resiliencia de nuestro sistema energético. La transición energética es compleja, un vuelo de largo recorrido en el que debemos asegurarnos de que nuestro «avión» está reforzado en todos sus puntos críticos, no solo donde los «impactos» son más visibles o populares de señalar. Recordemos que las sombras también nos enseñan.
Adoptar la perspectiva del sesgo de supervivencia de Wald nos puede ayudar a identificar esas áreas vitales que, una vez fortalecidas, garantizarán que nuestra apuesta por la descarbonización no solo sea firme y sostenible, sino que también nos proporcione una autonomía estratégica real y una competitividad renovada. Como en los aviones de Wald, no debemos reforzar lo obvio, sino lo crítico. No perdamos de vista el objetivo final por atender solo a las turbulencias más evidentes. Al fin y al cabo, a veces hay que quedarse sin luz para valorar verdaderamente su importancia.